lunes, 20 de febrero de 2012
Nada de nada.
Habló de la nada quien todo lo sabía, habló durante toda la noche mientras su mano distraída pretendía jugar, burlona, con el borde de mi falda. Como si tú, mezquino fantasma fueras quien de plantarte ante los sentimientos, pequeño como eres. Caes rendido, absurdo, un enano ensombrecido por una grandiosidad insoportable para tu cuerpo. También para el mío. Ellos vagan por el aire, extiendes las manos, loco por intentar alcanzarlos, y crees que algún día volverás, satisfecho a mi cama, entristecido. Queriéndome y sufriendo por hacerlo. Te darás la vuelta, oh, sí, sí lo harás. Como si todo esto fuera un juego de niños. Creerás que no hay más. Único, el máximo, el rey. Pletórico al borde del precipicio, tan asquerosamente vivo. Buscas la estaca, la que se clave en el corazón, te abra en canal y deje tu yaga a mi merced. Que yo beba de ella, de ti, que me bañe en tu sangre y nos fundamos, locos, un éxtasis apasionado que nos lleve a desembarcar de este mar en calma. Que duela, oh, sí, que duela. No más que escribir esto.
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