Era un sentimiento estúpido, lo sabía. El miedo a lo nuevo, al cambio, es decir, a lo deseado.
Mi propia mente intentaba impedirme que avanzara, creaba cadenas que se aferraban a mis tobillos, intentaba hacerme tropezar. Cuando giraba la cabeza, sin embargo, no había nada, nadie, pero yo sentía unos ojos en l nuca.
Mi respiración comenzaba a acelerarse, mi cuerpo temblaba, él se iba a salir de mi pecho. Tum tum, tum tum. Lo que podía ser un signo de tanta vida comenzaba a reflejar una melodía macabra. Y yo luchaba contra la nada, me sacudía, gritaba, arañaba mi propio cuerpo, arracaba mi pelo. El mal estaba dentro, él estaba dentro. Tum tum, tum tum. Yo luchaba por dar los últimos pasos que me harían llegar al final. Mis pies eran de plomo, mi sudor, ceniza que volaba con la brisa procedente de aquella puerta. Un último esfuerzo, dos pasos, la puerta de embarque se cerró a mis espaldas. La ansiedad se personifico ante mí y aplaudió mis proezas. Y ¿qué fue de mí? Yo volé.
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