domingo, 17 de octubre de 2010

El baile.

  
Descubrió que para mantener la relación debía llevar a cabo muchos cambios. Había que bailar a su mismo ritmo, guiándose por sus expresiones, cada una de sus palabras. Así pues, había de alejarse en el momento en que percibía aquella fría cordialidad, acompañado por el mismo movimiento por parte de ella. A la llegada de una palabra hiriente, girar sobre sí mismo y mirar a otro lado. Tomarla de la mano cada tres pasos, recordando su presencia. Acercarse por un instante, agarrando su cuerpo, impulsivo, apasionado. Regresar tan rápido como un pestañeo para que aquello dejase solo un recuerdo breve e intenso. Al final de cada baile, cuando ella bajase rendida la mirada, caminar despacio y abrazarla, besarla. Demostrarle que esa soledad únicamente existe en su mente. Un beso en la frente y esperar, quizá, una respuesta mayor por su parte. Ninguna palabra, ninguna caricia. Nada más.

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