¿Sabes? Pareces delicada como una muñeca de porcelana. Suave, pálida. Esos labios rosados, inexpresivos, tan cerca... Hay noches en las que sólo sueño con desgarrarte esa piel, arrancarla a tiras y acariciar con mi lengua tus heridas. Sentir tu sangre tibia contra mi lengua, mi saliva ácida mezclarse con el óxido. Acariciar con mis uñas tu espalda hasta desgarrarte, quiero tu piel blanca en mis uñas, tus ojos asustadizos quiero que continúen mirando. Vamos, mírame ¿acaso soy un monstruo? Déjame tomar tu garganta. No, no, no cierres los ojos, amor, quiero que me veas. Vamos, mírame. Puedo oir tu sangre martilleando desde aquí, demasiado rápido, parece que quiere salir. ¿No crees? Abriré la puerta entonces, no hace falta que me lo agradezcas, cariño. No, no me agarres, tus manos... ah, tus manos. Tus delicados dedos, a qué esperas, ¿por qué no disfrutar tanto como yo? A qué esperas para tocarte, pequeña. Puedo hacerlo yo si lo deseas, tú sólo sigue así de quieta. Dame tu mano, rápido. Esas uñas serán estupendas ¿no crees? Vamos ¿a qué esperas?. Déjame quebrar tus costillas y lamer tus pulmones, encontraré ahí todo el oxígeno que no hay en este jodido firmamento. Tú sólo déjame poder quebrar tus venas con mis dientes. Quiero todas y cada una de esas pestañas, y las tomaré, son mías. Eres mía. ¿A qué esperas para entregarte?
Mío, no tuyo, no suyo, sólo mío. Es claro, es sencillo. Por qué te cuesta tanto entenderlo. Te daré tiempo, te daré los segundos antes de que tu inútil corazón deje de latir.
Aparece.
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