En ocasiones duele más el propio dolor que las razones. Cuando estas desaparecen, son desconocidas, absurdas, idiotas. Duele porque sientes un dolor sin foco. Hay vacío, no hay luz. No se mitiga ni se calma.
Abrazarse al dolor es doloroso. Está cubierto de espinas, esas que se clavan en las heridas ya psadas intentando reabirlas.
Sólo deseas ahuyentarlo, taparte con una mante hasta que el mundo retome su camino y se hayan ido las tinieblas. Olvidamos que con la manta los problemas se quedan debajo y les impedimos salir.
Lo mismo pasa cuando las mantas no sn mantas, ni puertas, ni muros. Cuando no existen barreras físicas, ni nombres, ni focos, ni nada.
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