Muchas veces parece que los días cambian según nuestro “contexto” interior. Hoy llueve, hoy hace frío... pero quizá unos días la lluvia no es tan amarga, y otros el sol no alumbra tanto. Días grises, días de “color de rosa”, días y días que se suceden uno tras otro, después de todo.
Algunas veces el cambio de estación no tiene que ver con la forma de llegar de los rayos del sol a la Tierra, ni todo tipo de términos científicos que puedan aparecer en los libros de texto; si no que, por causas desconocidas (o conocidos y conocidas con nombre y apellidos) pueden hacer de un terrible lunes lluvioso un atractivo nuevo día del que ni el jo... robado despertador pueda amargarte. Otros te transforman, quizá una acción, unas mínimas palabras. El “no me ha hecho daño” de siempre cuando el inconsciente de tu subconsciente te repite que entres en razón.
Pero obstinados siempre, humanos siempre, seremos los últimos aceptarlo e intentar arreglarlo.Siempre me he imaginado cada semana como un año, con sus estaciones, sus cambios; pero esta parece una comparación muy típica, prefiero compararla con el patio de mi casa, que sí, es particular. Cada día de la semana voy barriendo todas las hojas y desperdicios varios que ahí se acumulan, barriendo y barriendo transcurre la semana y cada noche acumulo más “residuos”, por así decirlo.
Entonces, llega el domingo, o esa noche del sábado al domingo; en esa noche, cojo mi recogedor interior e intento poner en él toda esa “mierda”, pero al despertar hay una pequeña fila de residuos, que el viento volverá a esparcir para darme qué pensar en uno de esos malditos domingos. Esos malditos domingos invernales aunque el termómetro pueda marcar 40º, y aunque haya domingos distintos todos comparten esos estándares y nadie ¡nadie los cambiará! Porque el domingo te llevará a cada uno de esos terribles lunes que tanto odia Garfield (una actitud comprensible, sin duda) pero quizá ese lunes no sea tan terrible, puede que salga un sol tímido entre las hipotéticas nubes negras y te mire en forma de “conocido”, o “buena nota”, o “profesor enfermo” o simplemente sea una alegría muy tonta fruto de las drogas blandas consumidas un sábado noche.
Algunas veces el cambio de estación no tiene que ver con la forma de llegar de los rayos del sol a la Tierra, ni todo tipo de términos científicos que puedan aparecer en los libros de texto; si no que, por causas desconocidas (o conocidos y conocidas con nombre y apellidos) pueden hacer de un terrible lunes lluvioso un atractivo nuevo día del que ni el jo... robado despertador pueda amargarte. Otros te transforman, quizá una acción, unas mínimas palabras. El “no me ha hecho daño” de siempre cuando el inconsciente de tu subconsciente te repite que entres en razón.
Pero obstinados siempre, humanos siempre, seremos los últimos aceptarlo e intentar arreglarlo.Siempre me he imaginado cada semana como un año, con sus estaciones, sus cambios; pero esta parece una comparación muy típica, prefiero compararla con el patio de mi casa, que sí, es particular. Cada día de la semana voy barriendo todas las hojas y desperdicios varios que ahí se acumulan, barriendo y barriendo transcurre la semana y cada noche acumulo más “residuos”, por así decirlo.
Entonces, llega el domingo, o esa noche del sábado al domingo; en esa noche, cojo mi recogedor interior e intento poner en él toda esa “mierda”, pero al despertar hay una pequeña fila de residuos, que el viento volverá a esparcir para darme qué pensar en uno de esos malditos domingos. Esos malditos domingos invernales aunque el termómetro pueda marcar 40º, y aunque haya domingos distintos todos comparten esos estándares y nadie ¡nadie los cambiará! Porque el domingo te llevará a cada uno de esos terribles lunes que tanto odia Garfield (una actitud comprensible, sin duda) pero quizá ese lunes no sea tan terrible, puede que salga un sol tímido entre las hipotéticas nubes negras y te mire en forma de “conocido”, o “buena nota”, o “profesor enfermo” o simplemente sea una alegría muy tonta fruto de las drogas blandas consumidas un sábado noche.
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