Las miradas se entrecruzaban cada día, a cada hora, en el mismo tren. Amor y odio se encontraban, nunca viajaba la indiferencia a las doce de la mañana.Pero aquella no era más que una mirada rutinaria. En poco tiempo, quizá un mes, como mucho, los sentimientos se enfriarían, como siempre pasa. La llama que había mantenido aquella chispa en sus ojos, de amor o odio, se terminaría apagando. Dejando lugar a aquella falsa indiferencia, a aquellos comentarios ahora vacíos para mantener las apariencias. "Te odio","te quiero", se encontrarían y pasarían a significar lo mismo, nada.
Con el dulce paso de los segundos, se formaron días y suaves brisas que hacían flaquear aquellas llamas. Ya no eran pasos rabiosos los que la conducían al vagón ni espasmos los que la llevaban a levantar una mirada oscura hacia la figura siempre sentada al fondo del vagón. La sangre hirviente ya no le hacía cosquillas en la espalda, los dientes no se juntaban y su ceño ya no se fruncía. Su mirada reposaba ahora en los edificios que se sucedían en las ventanas, sus pensamientos vagaban buscando formas en las nubes. Y la figura al fondo del vagón ya no la observaba.
Y su corazón ya no latía como antes, ya no pedía a gritos su nombre. No buscaba cien veces su cara entre la multitud, no esperaba su llamada. Ya no. Su vida ya no era importante, nada más que otra más, y en el fondo deseaba poder mirarla. Y de su boca hacía salior los suspiros de antaño, las palabras bonitas al describirla, pero el mismo notaba la falta, el amor dejando paso al recuerdo, aunque el recuerdo no sea bienvenido.
Ya no me quieres, acéptalo.
Con el dulce paso de los segundos, se formaron días y suaves brisas que hacían flaquear aquellas llamas. Ya no eran pasos rabiosos los que la conducían al vagón ni espasmos los que la llevaban a levantar una mirada oscura hacia la figura siempre sentada al fondo del vagón. La sangre hirviente ya no le hacía cosquillas en la espalda, los dientes no se juntaban y su ceño ya no se fruncía. Su mirada reposaba ahora en los edificios que se sucedían en las ventanas, sus pensamientos vagaban buscando formas en las nubes. Y la figura al fondo del vagón ya no la observaba.
Y su corazón ya no latía como antes, ya no pedía a gritos su nombre. No buscaba cien veces su cara entre la multitud, no esperaba su llamada. Ya no. Su vida ya no era importante, nada más que otra más, y en el fondo deseaba poder mirarla. Y de su boca hacía salior los suspiros de antaño, las palabras bonitas al describirla, pero el mismo notaba la falta, el amor dejando paso al recuerdo, aunque el recuerdo no sea bienvenido.
Ya no me quieres, acéptalo.
- Demasiada mala costumbre hay de atarse a los sentimientos ¿nadie se ha dado cuenta de que siempre desaparecen?
Naada.
ResponderEliminarNaaada.
hala. Chimpúin
Siempre. Cuesta aceptarlo, pero sí.
ResponderEliminarUn bonito recuerdo, eso también es importante.
(L)