martes, 16 de febrero de 2010

Memorias de cara de serpiente.

   Observó las tenues lámparas, el café, el cigarrillo a medio consumir sobre el cenicero, el mechero, su propio pelo resbalando por su pecho. La carta, la mesa, el techo rojo (o granate), las mesas, sus piernas bajo sus brazos.
   Miró atrás, vio la mesa, la pantalla del ordenador, la gitarra a sus espaldas, y el pelo otra vez sobre su pecho (o recogido, no lograba recordarlo). Sus propias manos sobre el teclado, los anillos, y las lágrimas deslizándose por su rostro.
   Recordó como las enjugaba y rezaba para que no vinieran más. El desconsuelo al principio...


   ... y la paz ahora. Volvió a l presente, al bar, a las lámparas tenues, a las mesas, a sus manos sobre el papel.
   Intentó echar un ojo al futuro, sólo un vistazo, intentar ver lo que estaba por llegar. Agitó la cabeza, el pelo. No, no, y no. El presente era cercano, miles de cuadros la observaban desde la pared. Sonrió devolviéndoles la mirada. Estaba allí, y estaría bien. Daban igual los cambios, todo tenía la misma base, el pelo seguía igual. Recogido o suelto. Las manos eran las mismas, con o sin anillos. El techo rojo (o granate), el cielo, la oscuridad. Daba igual.
   Cambiaba el lugar, el escenario, pero era la misma función. Morder el parquet o el asfalto, era lo mismo, había que levantarse después.
Ahora el cigarrillo no era más que ceniza, el café descansaba vacío. Pero su pelo, sus manos, sus piernas, ella. Ella era la misma. Con los recuerdos de aquellas lágrimas como una nueva lección para aprender. Se sonrió a sí misma esta vez, con la cabeza baja, levantó la vista y escribió el último punto, final.

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